30.4.12

La culpa fue de la Plastic Chair





Maldigo el día en que mi jefe me encargo la decoración de la planta ejecutiva, guay, mega y súper vips de los cojones, del edificio donde trabajo.

Yo vivía feliz con mis muebles de Ikea. Con mis platos iguales a los de la mitad de la población de Estocolmo. Ponía mis libros en mis estanterías “Billy”. Me tomaba mi cafetito en mi mesa “Lack” y mi culo descansaba placidamente en mi sofá “Poang”, 

Yo entraba en casa. Tiraba el bolso por cualquier sitio, me quitaba las botas, me abría un botellín y ala…. ¡hogar dulce hogar!

Que mi hijo de tres años abordaba el salón con el caballo de madera al más puro estilo Ben-hur,…no pasaba nada.

Pero aquel nefasto día, mi jefe me jodió la vida.

Descubrí un universo de tejidos, de moquetas, de paneles japoneses, descubrí al creativo matrimonio “Eames”, el sillón Barcelona, la moda Vintage y las jodidas sillas de “Vitra”.

A veeeeeeeeeeeer, que no soy tan ignorante. Realmente yo ya sabían que estaban ahí. Soy diseñadora. He estudiado a Le Corbusier, y a la Bauhaus, y como a todo el mundo le gusta lo caro.

El problema es que empecé a necesitarlo.

-         (Servidora): Marido, tengo un nuevo plan para el salón. ¿Ves esta mesa a la que tanto cariño tienes por que la trajiste de tu casa cuando te mudaste a la mía? Pues dile adiós. He visto otra maravillosa y divina que hará juego con las nuevas sillas que vamos a comprar.

-         (Marido):  Pero, en sí misma, ¿esa mesa que es lo bueno que tiene? En relación a la que tenemos ahora digo… (pensamiento práctico masculino)

-         (Servidora): ¡Pues una diferencia brutal hombre! La otra es mucho más mesa, una señora mesa. ¡Una mesa como Dios manda!

El día que llegó la mesa se me saltaban las lágrimas. Pero aún así, para mi, mirar la mesa era como ver
a Charlize Theron en la sala de espera del ambulatorio de mi barrio.

-         (Servidora): Definitivamente hay que cambiar la pintura de esta pared. Es vital para que la mesa se sienta bien con su papel de mesa. No destaca suficiente.

Los primeros día daba gloria llegar a casa. Yo contemplaba y me deleitaba. Miraba la mesa. No había nada más. Ella y yo. Las sillas y yo. Ellas en su conjunto y yo.

Al cabo de un mes, la mesa tenía encima: trozos de galletas machacadas, el iphone, el iphad, mi bolso, las llaves, cochecitos, un calcetín, recetas de la farmacia y algunos tickets de la frutería.

Tras el “incidente”, decidimos ponerle un mantelito acolchado por encima para que la pobre mesa no saliera muy perjudicada de los envistes de mi hijo.

Tras el otro “incidente”, decidimos dejar un triste hule puesto todo el rato. Pues no se si sabéis que la madera cuando se moja se hincha.

Entre nosotros. Confesaré que echo de menos la otra mesa. Con tanta cosa encima, no noto mucha diferencia con la anterior. Pero por favor… no se lo digáis a mi marido.


 

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